El máximo manejo del cliente

Publicado el 23 de febrero del 2017

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Se dice que una noche parisina de los alocados 1900, recalaron a cenar en el restaurant dos banqueros muy afortunados, uno español y el otro francés, acompañados de un bohemio director de la opera. Luego de la cena regada abundantemente con generoso vino tinto, los amigos continuaron libando fino cogñac hasta después de cerrar el establecimiento, con el beneplácito del gerente Monsieur Verdier, que sumaba acucioso la abultada cuenta.

A las cuatro de la madrugada y ya completamente beodos los comensales V.I.P. se les ocurre la peregrina idea de quemar el restaurant, como corolario para celebrar y perpetuar su encuentro. Llaman al gerente y le piden la cuenta, junto con el valor estimado del restaurant, anunciándole que van a proceder a quemarlo. Monsieur Verdier, no se amilana, sin perder la compostura, con mucha elegancia y fineza de trato, para con los importantes clientes, presenta la cuenta y adicionalmente una nota valorizando el restaurant en dos millones de francos de la época.

Los banqueros, luego de prometer el pago, que solo su palabra bastaba por aquel entonces, toman festivos los candelabros para prender fuego a las cortinas; pero Verdier con toda calma y seguridad, los detiene y les pide que por favor le permitan retirar del restaurant los finos y añejos vinos que guarda en la bodega, porque sería una lástima perderlos. Los beodos buenos catadores amantes del vino aceptan gustosos y el gerente sin inmutarse entonces les pide que vuelvan mañana, indicándoles que le tomara por lo menos 24 horas descargar toda la cava que atesora más de 80,000 vinos. Los amigos aceptan también el pedido con beneplácito y entonces abrazados, festejando entre cantos se retiran felices del restaurant ofreciendo regresar al día siguiente para quemarlo. Obviamente pasada la mona de los banqueros, recuperada la ecuanimidad y con gran vergüenza no se les ocurrió regresar a realizar tan poco civilizado festejo.

Así el señor Verdier, salvo su establecimiento, dejo los egos de los importantes clientes al tope, sin perder la relación con aquellos que tan buen dinero le proporcionaban, asimismo los salvó de graves implicancias penales que hubieran tenido que confrontar al provocar un incendio en el centro antiguo de París y lo más importante lo hizo con clase, mucha elegancia y administrando a los clientes con gran sensibilidad y pulcritud, obteniendo el profundo agradecimiento de estos de no permitirles cometer un desatino. ¡Todo un ejemplo de vendedor profesional!

 

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